Anoche en la función 3D de Coraline nos pasó un poco lo que al público de Paris que, en 1896, salió disparado de sus asientos al ver pasar un tren de película tan cerca de ellos, como si fuera un tren real. La proyección en 3D, en especial en aquellos momentos de animación 3D tradicional no digital, fue como meter la cabeza en una función de nickelodeon con títeres, lo que también podríamos llamar un teatro negro de prángana, en la que las ideas de profundidad de campo, primeros, segundos y terceros planos, cobraron un sentido literal. El espacio se transforma brillantemente en caja de luz, lienzo en blanco, sets fantásticos o más realistas, del tipo Toy Story. Pero con personajes diseñados en clave de muñecos y no de actores. La gran metáfora del títere contada con títeres. Si el cine 3D desplazará al cine animado tradicional, o aun si todavía se le puede llamar cine, no lo sé; pero sí que agradezco empezar a recorrer mentalmente ese y todos los senderos posibles, desde la puerta del tamaño de una muñeca, de Coraline.Una película hablada, a color y en bulto, no es cine, es teatro.