Rudo y Cursi (México, 2008)
Dos hermanos plataneros, uno Rudo (Diego) el otro Cursi (Gael), devienen futbolistas fenómenos, como antes lo fue Resortes; por la intercesión de Batuta, un pintoresco promotor deportivo que anda en cada secuencia con una mujer exuberante de distinta raza; para conocer las mieles de la fama, grabar un disco grupero y cantar como ni en La mala educación habíamos visto a Gael, caer estrepitosamente en todos los vicios conocidos del medio, y volver al pueblo original con la cola entre las bien formadas patas.
La fábula fenomenal presenta veladas alusiones al Jorge Vergara dueño de Omnilife y su intrusión en Las Chivas ("son de la secta de MaryKate"), Cristos crucificados con guantes de portero y que guiñan el ojo en hologramas enmarcados. Acentos costeños norteños imposibles, pero entrañables ("Qué güeey") e incluso formas cariñosas copiadas al mánager argentino ("Hasta luego, queriiiiido"). Una Ninel Conde que ya el más feo de los futbolistas del Amaranto se había pisado, mucho antes que Gael, el Cursi, etcétera.
Una comedia sobre la eterna ignorancia del atleta nuevo rico Púas Olivares y sus explotadores. Una difusa Provincia Mexicana filmada en parte en Venezuela, donde las mujeres tienen un hijo con cada hombre que llega al pueblo, empeñan la licuadora y se rinden frente al narco rey.
Luego de verla, uno piensa que nació una verdadera estrella para la comedia, Diego Luna, que el guión funciona bien. Pero al final, no puede sino pensar que Batuta, el personaje-narrador, no termina de ser el cínico traficante de piernas que necesitamos y acaba rematando con un cursi "por amor al fútbol"; rebasando por la derecha a los hermanos cursi de verdad, Carlos y Alfonso Cuarón.
Esta película no supo elegir entre un narrador cínico o un poeta. Terminó por no decantarse por ninguno. Desde luego que esto no es culpa de Francella. Él, como Batuta, está formidable.