La forma más extraña que conocí a alguien fue la siguiente. Un hombre se me acercó haciéndose pasar por un alto militar francés y me preguntó sobre la situación política de México. Estábamos Ireri y yo entre esculturas de José Luis Cuevas y en un rato que me senté en una banca, el hombre se sentó junto a mí. Falso militar falso marido de una mujer, eso sí auténticamente rubia, recortada de una revista, lanzando una serie de mentiras en falso acento francés. Ireri vino y escuchó el final de la charla. Se soltó un viento muy frío. Entonces él se largó con su maletita verde oliva del baño de vapor, entre la gente que venía del mitin contra el fraude electoral.
A Ireri le parecía absurdo alargar una plática llena de mentiras. A mí, no tan mal.
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